Soneto casi
insistente en una noche de serenatas
Quisiera
una mujer de sangre y plata.
Cualquier
mujer. Una mujer cualquiera,
cuando
en las noches de la primavera
se oye
a lo lejos una serenata.
Esa
música es alma. Y aunque no fuera
verdad
tanta mentira sería grato
el
saber que su voz siempre retrata
el
corazón de una mujer cualquiera.
Quiero
querer con música. Y quiero
que me
quieran con tono verdadero
Casi en
azul y casi eternamente.
Será porque ese ritmo me arrebata,
o tal vez porque oyendo serenatas
me duele el Corazón musicalmente.
1945
Drama en
tres actos
Kornelius,
el poeta resfriado,
iba
para una fiesta.
Llevaba
un sobretodo sobre el brazo
y un
sombrero en la testa.
Una
camisa blanca y una rosa
en la
solapa negra.
II
Y
Kornelius el alto
renombrado
poeta
al
salir a la calle
saludó
a su colega
el
famoso Francisco de Quevedo Villegas.
Estaba
lloviznando
—el
ciclo sin estrellas
mostraba
a los humanos
una
sonrisa negra—
y
Kornelius, el alto
renombrado
poeta
se
resfrió esa noche
sin que
se diera cuenta.
III
El
salón se alistaba
todo
para la fiesta.
Estaba
el rey, la reina
y la
corte suprema,
el
señor secretario,
el
conde de Lucrecia.
Ahí
llego Konielius,
con su
rosa y su ciencia,
se
quitó el sobretodo
en la
ventana abierta;
y
cuando le aplaudía
toda la
concurrencia
pidiendo
a grandes voces
una
canción de guerra,
él
sacudió el vestido,
sonrió,
bajó la testa,
se
aflojó la corbata,
hizo un
gesto a la reina…
Dijo…
Dijo… (no dijo):
Y
estornudó un poema!
1945
Poema desde
un caracol
Yo he
visto el mar. Pero no era
el mar
retórico con mástiles
y
marineros amarrados
a una
leyenda de cantares.
Ni el
verde mar cosmopolita
—mar de
Babel— de las ciudades,
que
nunca tuvo unas ventanas
para el
lucero de la tarde.
Ni el
mar de Ulises que tenía
siete
sirenas musicales cual siete islas rodeadas
de
música por todas partes.
Ni el
mar inútil que regresa
con una
carga de paisajes
para
que siempre sea octubre
en el
sueño de los alcatraces.
Ni el
mar bohemio con un puerto
y un
marinero delirante
que
perdiera su corazón
en una
partida de naipes.
Ni el
mar que rompe contra el
[muelle
una
canción irremediable
que
llega al pecho de los días
sin
emoción, como un tatuaje.
Ni el
mar puntual que siempre tiene
un
puerto para cada viaje
donde
el amor se vuelve vida
como en
el vientre de una madre.
Que era
mi mar el mar eterno,
mar de
la infancia, inolvidable,
suspendido
de nuestro sueño
como
una Paloma en el aire.
Era el
mar de la geografía,
de los
pequeños estudiantes,
que
aprendíamos a navegar
en los
mapas elementales.
En el
mar de los caracoles,
mar
prisionero, mar distante,
que
llevábamos en el bolsillo
como un
juguete a todas partes.
El mar
azul que nos miraba,
cuando
era nuestra edad tan frágil
que se
doblaba bajo el
peso de
los castillos en el aire.
Y era
el mar del primer amor
en unos
ojos otoñales.
Un día
quise ver el mar
—mar de
la infancia— y ya era tarde.
1946