Alguna poesía
de Neruda,
simplemente porque a él yo le extraño todos los días.
Y porque
hoy
las distancia del mundo a mí me parecen
infinitas.
Todo está lejano.
Tengo Miedo
Tengo
miedo. La tarde es gris y la tristeza
del
cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene
mi corazón un llanto de princesa
olvidada
en el fondo de un palacio desierto.
Tengo
miedo -Y me siento tan cansado y pequeño
que
reflojo la tarde sin meditar en ella.
(En mi
cabeza enferma no ha de caber un sueño
así
como en el cielo no ha cabido una estrella.)
Sin
embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay
un grito en mi boca que mi boca no grita.
¡No hay
oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada
en medio de la tierra infinita!
Se
muere el universo de una calma agonía
sin la
fiesta del Sol o el crepúsculo verde.
Agoniza
Saturno como una pena mía,
la
Tierra es una fruta negra que el cielo muerde.
Y por
la vastedad del vacío van ciegas
las
nubes de la tarde, como barcas perdidas
que
escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la
muerte del mundo cae sobre mi vida.
Silencio
Yo que
crecí dentro de un árbol
tendría
mucho que decir,
pero
aprendí tanto silencio
que
tengo mucho que callar
y eso
se conoce creciendo
sin
otro goce que crecer,
sin más
pasión que la substancia,
sin más
acción que la inocencia,
y por
dentro el tiempo dorado
hasta
que la altura lo llama
para
convertirlo en naranja.
El Miedo
Todos
me piden que dé saltos,
que
tonifique y que futbole,
que
corra, que nade y que vuele.
Muy
bien.
Todos
me aconsejan reposo,
todos
me destinan doctores,
mirándome
de cierta manera.
Qué
pasa?
Todos
me aconsejan que viaje,
que
entre y que salga, que no viaje,
que me
muera y que no me muera.
No
importa.
Todos
ven las dificultades
de mis
vísceras sorprendidas
por
radioterribles retratos.
No
estoy de acuerdo.
Todos
pican mi poesía
con
invencibles tenedores
buscando,
sin duda, una mosca,
Tengo
miedo.
Tengo
miedo de todo el mundo,
del
agua fría, de la muerte.
Soy
como todos los mortales,
inaplazable.
Por eso
en estos cortos días
no voy
a tomarlos en cuenta,
voy a
abrirme y voy a encerrarme
con mi
más pérfido enemigo,
Pablo
Neruda.
Barrio sin Luz
¿Se va
la poesía de las cosas
o no la
puede condensar mi vida?
Ayer
-mirando el último crepúsculo-
yo era
un manchón de musgo entre unas ruinas.
Las
ciudades -hollines y venganzas-,
la
cochinada gris de los suburbios,
la
oficina que encorva las espaldas,
el jefe
de ojos turbios.
Sangre
de un arrebol sobre los cerros,
sangre
sobre las calles y las plazas,
dolor
de corazones rotos,
podre
de hastíos y de lágrimas.
Un río
abraza el arrabal
como
una mano helada que tienta en las tinieblas:
sobre
sus aguas se avergüenzan
de
verse las estrellas.
Y las
casas que esconden los deseos
detrás
de las ventanas luminosas,
mientras
afuera el viento
lleva
un poco de barro a cada rosa.
Lejos...
la bruma de las olvidanzas
-humos
espesos, tajamares rotos-,
y el
campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los
bueyes y los hombres sudorosos.
Y aquí
estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo
solo todas las tristezas,
como si
el llanto fuera una semilla
y yo el
único surco de la tierra.
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